Capitán de fortuna by Elías Meana

Capitán de fortuna by Elías Meana

autor:Elías Meana [Meana, Elías]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 2002-11-01T00:00:00+00:00


VI

El enigma de Paco

Anoche se cerraba cuando rebasaron y doblaron el Morro Norte, internándose en la bahía y enfilando hacia el lugar de desembarco, guiados por el resplandor de la hoguera que con ese fin y sobre la arena de la playa habían encendido Abundio y Fulgencio, preocupados por la tardanza de los expedicionarios.

Regresar de noche no había sido la intención de José Luis, que se mostraba preocupado, no ya tanto por lo que suponía navegar sin luz, como por la intranquilidad que imaginaba se estaría produciendo entre los que les aguardaban. Pero la larga «negociación» con los indios, más el tiempo que les llevó la recogida del baúl que avistaron al poco de abandonar playa Gambuza, dio lugar a que el Sol se escondiera entre las aguas del Pacífico cuando todavía les quedaba más de una hora de navegación para alcanzar la bocana de la bahía.

No obstante y a pesar de todo, no podía dejar de sentirse satisfecho con lo acontecido durante la jornada de navegación, pues no solo habían cumplido su objetivo de rescatar del desastre lo que buenamente se pudiera, sino que también habían solventado sin ningún incidente el primer encuentro con los aborígenes, y, por si fuera poco, a última hora habían «pescado» aquel recio arcón, en cuya tapa figuraban remachadas en bronce las letras «ATP», iniciales que correspondían al nombre y apellidos de doña Alba.

Su rescate había resultado difícil por las estrecheces con las que navegaban a causa del volumen de lo recogido, que apenas les dejaba espacio para aunar fuerzas sobre la borda y así poder izar a bordo el casi sumergido cofre, lastrado con el peso añadido del agua, todo ello a riesgo de que alguien se fuera de cabeza a la mar o de que la chalupa escorara peligrosamente.

No sabía lo que el cajón contenía, pero a buen seguro que, fuera cual fuere lo que se guardaba en su interior, doña Alba se sorprendería y alegraría con su recuperación, y el piloto disfrutaba por adelantado del momento en el que, una vez llegados al refugio, daría la buena nueva a la dama.

José Luis no quería que la mente se le fuera tras la mujer, aunque en realidad hacía poco por evitarlo, y así y una vez más, volvió a abstraerse recordando las situaciones en las que, por una u otra razón, la estrecha proximidad de la mujer le había alterado el ritmo del corazón.

Una repetida tosecilla le sacó de sus pensamientos. Levantó la cabeza hacia proa para hacerse cargo de la situación; estaban a unos dos cables de la playa, y ya era hora de ir preparando el atraque (la varada, más bien). Se volvió hacia popa y con la mano hizo un gesto a Xurso, que era el que había carraspeado y quién gobernaba la embarcación.

Ordenó arriar la vela y armar los remos y así, con la inercia, el empuje de la marea y unas cuantas paladas hicieron varar la chalupa frente al fuego que mantenían vivo los que les aguardaban



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